
Vivimos en un mundo marcado por la inmediatez de los acontecimientos. El ritmo es demasiado vertiginoso y no hay casi tiempo, o eso dicen, para pararse a ver cuáles son las consecuencias que nuestros actos tienen en nosotros mismos, en nuestros semejantes o en nuestro entorno.
Este escenario poco llama a la cordialidad o a las buenas intenciones y sus actores desempeñan, apenas, dos papeles: el de víctima y el de verdugo, lamentándose cuando les toca el primero y siendo negligentes y despreocupados en el segundo.
Como requisito para formalizar nuestra pertenencia a esta sociedad, desde temprano nos enseñan eso que llaman culpa, aprendemos a asumirla y, sobre todo, a proyectarla. Pero nunca nos enseñaron cómo gestionar este tipo de situaciones, que piden de nosotros cierta flexibilidad y equilibrio emocional.
La nuestra es la sociedad del quiero, del ahora y del hacer lo que sea necesario para conseguir nuestros propósitos, por oscuros y egoístas que estos sean.
Y así, de este modo, comenzamos a acumular dentro de nosotros un seguido de malas experiencias que han dejarnos un poso cada vez más denso y que acabará por atenazarnos, tal y como le sucedió a aquel caballero cuya armadura se oxidó… ¡con él dentro!
Cambiando el planteamiento inicial
Pero, ¿y si cambiamos el planteamiento inicial? ¿Y si eliminamos conceptos tales como fallo, falta o deuda? ¿Qué tal si normalizamos los errores, propios y ajenos, y los asumimos únicamente como parte esencial del aprendizaje de la vida?
Normalmente no es voluntad de nadie hacer daño a otras personas o equivocarse, y si no recordemos apenas cuando fuimos nosotros los deudores. No, nadie quiere fallar. Sin embargo necesitamos hacerlo para aprender muchas de las lecciones que aún están por venir. ¿Deben existir entonces el error o la culpa?
En el perdón se encuentra el inicio de nuestra liberación: nos invita a recorrer nuestro camino a través de la responsabilidad y la conciencia y nos dirige a la verdadera libertad.
Si hemos de fallar sí o sí… ¿no será, entonces, más importante intentar aprender de los errores? Cada fallo brindará una lección que nos permitirá actuar o escoger mejor en el futuro, con mayor libertad. Pero para eso hace falta un poco de humildad y un mucho de amor.
El verdadero significado del perdón
Ofrecer perdón puede hacer mucho más liviano el caminar de todos, pues tender la mano a aquel que se equivocó es tendernos la mano a nosotros mismos. La vida apenas tiene esa única intención: que nos demos cuenta de cuán afortunados somos por estar aquí. Y tan sólo nos pide que aprovechemos cada oportunidad de ser felices, no nos impongamos más cadenas.
Pero entretanto, mientras aprendemos a cambiar el error y la culpa por responsabilidad y conciencia y mientras aprendemos a hacer las cosas un poquito mejor… perdonémonos. No seamos más exigentes que la vida misma, no aumentemos nuestra desdicha. La libertad está a la vuelta de la esquina… sorpréndela con una bonita sonrisa.